lunes, 16 de julio de 2007

El erotismo de los perdedores

Roberto Echeto ®




El DVD

El papá de Héctor era todo un personaje: no usaba cajeros automáticos ni tenía tarjetas de crédito, pagaba todo en efectivo, veía como a fútiles trilobites a quienes hablaban del correo electrónico, de los mensajes de texto y de pagar la luz por Internet. Que su esposa Silvia Alexandra mandara a poner cable en su casa fue una rebelión que terminó con don Marcelo durmiendo en un cuarto del hotel Tamanaco durante dos semanas.

Por eso, el día en que Héctor llegó de la oficina y se encontró al viejo viendo pornos en su cuarto y en su DVD, puso tal cara de asombro que el señor le dijo:

—¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?

No. ¿Qué problema habría con que un viejo de sesenta y tantos años viera a Asia Carrera transmutando las formas de su ombligo? Lo que a todas luces resultaba extraño de verdad era que don Marcelo hubiese podido encender el DVD y poner la película, pero, como se puede colegir de la recién narrada escena, el estímulo de ver a Asia Carrera obró milagros en la pericia (y también en los prejuicios tecnológicos) del viejo.


La revista

Otro día, Julio y Octavio se encontraban en una librería oteando títulos y, de pronto, el primero le señala al segundo la portada de una revista Playboy.

—¿Qué?

—¿Cómo que qué? ¿No ves?

—¿Jenna Jameson? Yo no sé tú, pero yo estoy cansado de verle la úvula.

—No, vale. Mira bien.

—¿Qué?

—Trae un cuento de los hermanos Coen.

—¡Coño! ¡De los hermanos Coen! ¡Qué maravilla!

—Vamos a comprarla.

Años después, cuando Héctor y Octavio pasaron la treintena, se percataron de que aquel lejano día en que compraron una Playboy por un cuento y no por Jenna Jameson en la portada, comenzaron a ponerse viejos.

Menos mal que llegó la pastilla azul al rescate.



El piso trece

El ascensor abrió sus puertas. Gerardo salió pensando que su edificio se sentía distinto seis pisos más arriba. El viento soplaba con más fuerza y desde la ventana se podía admirar una vista de la ciudad que él nunca había disfrutado porque uno de los muros del edificio de al lado se interponía entre sus ojos y el paisaje.

Gerardo estaba ahí porque, un día, Rosa Elena, su esposa, le dijo:

—Aquí arriba, en el trece, deben haber montado un sitio de lenocinio.

—¿Y cómo sabes tú?

—No sé. Hoy se montó en el ascensor una mujer a la que se le veía el kilometraje —Gerardo tosió porque entre las risas se le fue el café por los barrancos de la laringe.

—¿Cómo es eso? —dijo él, recuperando el aplomo.

—Es que una reconoce la experiencia cuando la ve.

—¿Y cómo sabes que es en el trece específicamente?

—Porque nos montamos varios en el ascensor y la mujer dijo «trece, por favor».

Aquella información encendió la maldad de Gerardo, quien, de inmediato, pasó a sobarse las manos y a esperar como un león verde el momento ideal para lanzarse al ataque.

Primero debía cerciorarse de que en verdad hubiera un sitio de deleite en el piso trece y luego averiguar cuál de los apartamentos ocupaba. Así puso manos a la obra y recabó los datos necesarios, uniendo varias conversaciones que sostuvo con el ayudante del conserje, con el guachimán y con el vecino del tres, que anda por ahí, paseando a un bebé en un coche.

Esa tarde, Gerardo subió sigiloso. Llevaba un pequeño koala con todo lo que necesitaría para una expedición como ésa. Llegó frente a la puerta y disfrutó el instante previo a pulsar el timbre. Por su pequeño y calenturiento cerebro pasaron miríadas de mujeres, trillones de nalgas, océanos de labios, tubos e infinitos escotes. Luego tocó el timbre, esperó un instante y cuando le abrieron la puerta, sintió que sus recuerdos convulsionaron como cuando se quema a un bachaco.

Ahí, cejijunta, morbosa, feroz, estaba Rosa Elena.

—Así te quería ver, maldito infeliz.

Y Gerardo no pudo decir más.



http://robertoecheto.blogspot.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estos cuentos de putas, viejos pornógrafos y carajos viendo revistas me suenan a episodios de una autobiografía.

Escríbela pronto, gran Roberto. Escríbela antes de que te mueras.