lunes, 16 de julio de 2007

Madrugada phone

Ron Galante



Una vez me llamó, como a las tres de la madrugada; no sé si de su apartamento o de la calle. Me dijo, llorando, que acababa de salir de un hotel. Que Azabache y ella habían estado con un cliente que había pedido un show lésbico.

Como una niña que ha perdido la inocencia contó que Azabache gustaba de ella. Que Azabache le encantaba verla desnuda. Que Azabache se le montaba encima, que se restregaba, que gemía, que el pecho se le inflaba de la emoción a la muy puta.

Y se suponía que todo debía ser un simulacro.

Pero Azabache no simulaba.

Azabache lo hacía.

Bajaba y le abría las piernas, apartaba los pliegues y metía la lengua. Muy adentro.

Y eso no era parte del simulacro. En el simulacro la lengua siempre quedaba por fuera.

Pero Azabache no simulaba.

Azabache lo hacía.

Metía la lengua como un pene loco, se traía los jugos y saboreaba, se emborrachaba, se sacudía, enloquecía.

Entonces los dedos la invadían, vergas orates buscando saciar esa furia llena de placer. Los dedos adentro tampoco eran parte del simulacro.

Pero Azabache no simulaba.

Azabache con ella lo hacía.

Todo esto me lo contó llorando, niña que ha visto y sentido más de lo que su inocencia le podía permitir.

Y mientras ella contaba, yo me la hacía, montaba mi película, tejiendo imágenes con sus palabras.

Al final, creo que ella escuchó aquel gemido-suspiro que se me escapó inevitable, siseo de ofidio orgásmico, delicia de santo patrón de nuestros goces.

Ella soltó una risita. ¿O me equivoco? ¿Fue una risita o una exclamación de asombro y decepción? No sé, colgó, me dejó en vilo y con la verga derrotada y satisfecha entre las manos, el semen sobre el abdomen.

Me fui quedando dormido…

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