lunes, 16 de julio de 2007

Placer sin arrugas

Enrique Enriquez


-Pssss… ¿te vienes conmigo a mi casa? -dijo nuestro amigo pensando en lo bien que le iba con su esposa desde que buscaba prostitutas.

La chica se montó en el automóvil y sus zarcillos dijeron tilín tilín. Larga y flaca, vestida de ese negro sospechoso que lucen las corbatas de los mesoneros, no habló mucho en el recorrido pese a que tomó unos veinte minutos largos. Largos, sobre todo, si uno tiene que aspirar el olor a patchulí escondiendo sudor prestado que la envolvía.

Todos los martes a eso de las ocho nuestro amigo recorría las calles en busca de una chica amable y de manos lindas que llevarse a casa. Aquello era ya tan de rigor que su mujer ni siquiera llamaba a la oficina al final de la tarde para apuntar las solicitudes gastronómicas de su maridito. Era martes de romper la dieta. Él se paseaba varias veces por las mismas calles revisando la oferta del día. Su lista era muy precisa: de preferencia joven, nunca rubia, cinco centímetros más o menos del metro setenta pero jamás por debajo o por arriba. Maquillada pero no tanto, fina pero no sofisticada, generosa en carnes más no desbordada. Trataba de atajarlas en su primera ronda, con las piernas frescas y el pulso sereno.

La camioneta iba por si sola. Él apenas se encargaba de darle toquecitos al volante cada vez que deseaba recordarle que cortara aquí y allá el camino para evitar el tráfico. No quieres pasártela atascado entre vehículos si tu copiloto cobra por hora porque piensa que el amor es oro.

-¿Quieres jugar con algo mientras llegamos? -preguntó nuestro amigo hablando en dirección contraria a la damita, buscando aire puro por la rendija del vidrio, estirado como cuando se le habla al AutoMac.

-¡Qué va! El jueguito que quieras lo hacemos en tu casa, pero al volante nada. ¡No mi amor! Después termina una pasando vergüenza en la autopsia, cuando el doctor te encuentra un pellejo machucado en la boca.

-Yo me refería a esto -contestó nuestro amigo alcanzándole a la meretriz un cubo de Rubik, parte de las reliquias que guardaba en la guantera. El resto del camino la pasaron, él con las manos al volante y ella tratando de encajar el último cuadrito azul.

Llegaron y ella vio que el departamento era grande. Tanto que las imitaciones de Botero colgadas en la sala parecían originales.

-¿Vamos a tu cuarto? -inquirió yendo al grano.

-No. Quédate aquí que ya viene mi esposa.

-¡¿Tu esposa?!

-Ella es la que sabe cómo es todo.

-¡Que modernos!

La esposa de nuestro amigo apareció al instante, entaconada y con la cartera bajo el brazo, lista para salir. Era de esas mujeres que uno olvida en el instante que las deja de ver. Miró a la prostituta por un minuto y coincidió sin decirlo: era perfecta.

-Y… ¿cómo te llamas? -preguntó.

-¡Llámame como tú quieras, reina! -contestó la chica ya en faena.

-Perfecto. Venga Juana, es por aquí.

Un poco cortada la damisela se dejó conducir a un cuarto contiguo a la cocina, una habitación de paredes peladas si exceptuamos un cartel del King Kong de Dino de Laurentis, donde el mono agarraba a una Jessica Lange casi invisible de lo desteñida, ciego por culpa de una calcomanía de Iron Maiden que alguien le había pegado en los ojos.

-Aquí está todo lo que necesita. Esta ropa es delicada, el resto no tiene problemas. Cuando termine con las camisas por favor me las cuelga. Nosotros volvemos como a las once y media. Cualquier cosa, ahí en la puerta de la nevera le dejé un número a donde llamarnos. Hasta luego.

-Nos vemos -terció el marido llaves en mano.

Ella sabía que una mujer de alquiler se expone a todo cuando se lanza por esas calles de Dios, pero jamás imaginó que le sucedería algo como esto. Cuando movió la cabeza para verlos partir sus zarcillos hicieron todo el ruido que su boca abierta no pudo. Nuestro amigo abrió la puerta de la calle y tras cerrar con llave desde afuera le pasó el brazo por la cintura a su mujer, feliz de la vida, igual que todos los martes, día en que él y su esposa dejaban a una puta planchando y se iban al cine.



www.enriqueenriquez.net

7 comentarios:

Anónimo dijo...

enrique, esta maravilla lo que hace es confirmarnos que nunca nada es lo que parece. salud y más salud! un abrazo,
adriana.

Unknown dijo...

¡Ja, ja! No lo ví venir, y fue elegante...

Anónimo dijo...

Sublime, elegante y sofisticado. Como dijo qx: "no lo vi venir"

Anónimo dijo...

Ah lo olvidaba 10/10

Ophir Alviárez dijo...

Inesperado y por eso muy llamativo. Vale la sorpresa cuando la lectura invita.

OA

Anónimo dijo...

Enriquez,
es la primera vez que leo lo tuyo. Perdoname y disculpame también, me ha parecido suficientemente previsible. Lo entregaste para salir del paso?

Anónimo dijo...

Nada previsible, muy buen cuento, gracioso y sorpresivo.